domingo, 7 de diciembre de 2014

Final (feliz) de campeonato

A diferencia de todas las veces que llego a la casa de mi papá, cuando comentamos el panorama futbolístico de la semana, esta vez solo me dijo una cosa: “no juega Paredes”. Lo único que quería mi viejo, hincha del Wanderers, era ganarle a Colo Colo. “De ahí, que la U sea campeón”, decía. Yo, como siempre, iba con mi camiseta puesta, orgullosa, aunque por debajo hubiera un embrollo de nervios.
El calendario quiso que el equipo de mi papá jugara contra el archirrival en la última fecha. Y el fútbol (es decir el buen trabajo futbolístico, serio y responsable, o sea, el buen fútbol) quiso que Colo Colo, la U y Wanderers llegaran al final con opciones de ser campeón, con un punto de diferencia entre los dos primeros y el segundo. Esto significaba que por un día nos uniría algo concreto, algo más fuerte que la decisión que tomé de chico, cuando me di cuenta de que el equipo de mi vida y el de mi papá eran distintos y dije que Wanderers sería “mi segundo equipo”. Estaríamos futbolísticamente unidos, lo que significa definitivamente por 90 minutos, por un enemigo común.
 “Vamos a tener que verlos separados eso sí”, me dijo. Le sugerí llevar una de las teles a la otra pieza, y así poder ver juntos los partidos, en simultáneo. Pero creo que él quería, como casi siempre, comerse sus nervios solo. Ahora que soy más grande puedo entenderlo, así que desistí. Los gritos y las chuchadas de uno y otro nos avisarían de lo que estaba pasando en la cancha de al lado.
Así supe que Wanderers jugaba mejor que Colo Colo, lo que me tranquilizaba. En mi cancha, la U galopaba para embestir al porfiado, dignísimo equipo de La Calera, invitado de piedra en esta fiesta de tres. Los duelos de Canales con Bascuñán y de Benegas con Suárez le daban todo el suspenso al partido. De repente, mi viejo gritaba y puteaba, y así me enteré del palo de Luna y de los remates de Medel. Yo, que intento vivir mis procesiones por dentro para mantener la calma, gritaba con las ocasiones perdidas de Rubio y de Canales. “El Colo no ha llegado ni una vez”, me decía mi papá cuando yo ya no podía más y dribleaba los muebles del living, que está entre una pieza y otra, para comentar los partidos con él. "Pero ahora tendrán el viento a favor". Y yo no quería que tuviera razón.
El segundo tiempo lo grité más que él. Puteaba a Giovini por hacer realmente bien su trabajo, y por aplazar mi festejo más de la cuenta. Mi papá se había quedado callado, un silencio nervioso que decidí interpretar como que su equipo estaba conteniendo bien a nuestro enemigo. Entonces llegó el penal, y me fui corriendo a donde estaba él. Lo gritamos juntos, y ya con nuestro trabajo hecho, volví a mi partido deseando el gol caturro que, por supuesto, supe por un tremendo grito de desahogo, de rabia contenida, y de alegría de mi viejo, que saltaba como loco en su tribuna. Entonces dribleé por última vez los muebles, y terminé de sumarme a su festejo con el fierrazo de Barriga, cuando gritábamos penal por todo lo alto.
Somos campeones, y el sufrido equipo de mi papá le ganó inapelablemente al archirrival, quedando un punto abajo nuestro. Y desde el  momento en que terminó todo, y mientras escribo esto, no dejo de pensar que ese punto, esa mínima diferencia entre nuestros equipos, la marcó ese partido del dos de agosto, cuando fuimos juntos al Nacional a ver enfrentarse a los clubes de nuestra vida y que el calendario quiso que cayera justo en el día de mi cumpleaños. Y que a pesar de que la U ganó 3 a 2, nos fuimos, igual que ayer, ambos contentos.

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